jueves

¿Por qué no podemos creer en los discursos de los políticos?

Ninguna palabra tiene significación por sí misma, es decir, ninguna de ellas tiene la posibilidad de comprenderse si no hay un contexto conceptual que la pueda sostener. Si una persona letrada en física nos comienza a hablar de los conceptos que la física maneja (“quarks”, “campos gravitacionales”, “fuerzas”, etc.) y no nos explica esos mismos conceptos con palabras que conozcamos, es seguro que no podremos entender el discurso, tal vez maravilloso, que esté proclamando en ese momento. La tarea del físico que trate de exponer un tema a un auditorio que no está familiarizado con los temas de la física es hacer mínimamente entendibles esos temas a quienes lo están escuchando. Ahora imaginemos que entendimos los conceptos que el físico explica, que somos capaces de usar esos mismos conceptos en oraciones coherentes y que tenemos la capacidad de explicarlos. Imaginemos que, después de adquirir el conocimiento del discurso, una persona que tiene fama de ser un charlatán se acerca a nosotros y nos da una explicación diferente de los conceptos que hemos aprendido. Si somos lo suficientemente racionales, tendremos la capacidad de arrojar esas palabras lejos de nuestras creencias: pues lo que está en juego es nuestra creencia de cómo está compuesta la realidad. Las palabras del charlatán simplemente serán palabras vacías que no tendrán el mínimo efecto en nuestra comprensión del mundo. ¿Qué diferencia hay entre las palabras usadas en la explicación del eminente científico y las del charlatán? La respuesta es que el primero ha dedicado su vida al estudio de la física y lo que nos expone es su forma, confiable, de ver el mundo, mientras que el segundo ha dedicado su vida a hablar de temas que desconoce por completo y lo que nos expone es su poco confiable forma de ver el mundo, su charlatanería.
Creemos que el científico nos dice enunciados que son cercanos a la verdad, mientras que el charlatán no. Ciertamente, no podemos creer algo que tenemos razones suficientes para decir que es falso y nosotros mismos somos quienes discernimos entre enunciados que sean creíbles y enunciados que sean falsos, por eso una persona suficientemente racional no creería las palabras del charlatán. Muchos de esos enunciado sólo tienen su sustento en “autoridades” que exponen el tema y que creemos confiables (como en el ejemplo anterior), otros tantos tiene su sustento en lo que podemos ver, escuchar, sentir.
Los discursos, pues, se pueden entender cuando hablan de temas que son familiares para nosotros y los podemos creer cuando los pronuncian personas honestas. Ahora, ¿cómo podemos creer los discursos de los políticos?
Pongamos atención a las razones que tenemos para dudar de la información que, bellamente, exponen nuestros representantes. La mayoría de las personas con las que he tenido la posibilidad de hablar sobre temas políticos cree que “todos aquellos que quieren un puesto en la política buscan intereses personales”. Esta regla no es tan grave, una persona razonable buscará aquello que cree mejor, el problema viene cuado adjuntan el siguiente juicio a su creencia: “los intereses de los políticos están lejos del bienestar del pueblo” (interés que, idealmente, debería ser primordial para un político). Y se le puede agregar este otro juicio: “los intereses de los políticos se cumplen lucrando con el bienestar del pueblo”. La creencia de estas personas queda formulado más o menos así: “todos aquellos que quieren un puesto en la política buscan intereses personales que se cumplen lucrando con el bienestar del pueblo y están lejos de éste”. Esta creencia no es gratuita, ha costado muchos años aprenderlo y generalizarlo, pero es una creencia que la mayoría de nosotros comparte, y eso es grave.
Hemos adoptado esta creencia porque los discursos de los políticos están llenos de enunciados que se refieren o una realidad diferente a la que vivimos: “nos acercamos a una verdadera justicia social”, “la crisis no nos hará daño”, “tenemos sistemas de salud con calidad”, “la elecciones se celebrarán apegadas a derecho y sólo hablará la voluntad del pueblo, pues este gobierno –y aquí una de mis frases favoritas– cree firmemente en la democracia”, entre muchas otras que ya nos sabemos. Digo realidad diferente porque a nosotros como ciudadanos nos toca vivir con: hospitales saturados y en condiciones insalubres; precios que van a la alza haciendo inalcanzables, para la mayor parte de la población, viajes, casas, autos, o cosas más básicas, gasolina, educación, ropa y alimento; sistemas judiciales corrompidos desde sus entrañas, que protegen al delincuente (a veces hasta les dan permiso para que sean candidatos); elecciones que pintan para fraude desde antes que comience el proceso electoral, y autoridades que se hacen de la vista gorda o que meten las manos en donde no les corresponde.
Por sexenios y sexenios, trienios y trienios, hemos vivido con discursos que dibujan una realidad que podemos comprobar que no es así, y en lugar de ver algún cambio en las condiciones que pueda favorecer la verdad de esos discursos, vemos cambios que hacen cada vez más creíble su mentira: corrupción en las instituciones del pueblo, información a medias, enormes cuentas bancarias de aquellos que “trabajan para el pueblo” (según sus propias palabras), teatritos y batallas desagradables entre los partidos políticos en las cámaras, etc.
Ante tal situación, y atendiendo a la excesiva creencia en el destino, preferimos quedarnos esperando a que él arregle todo lo que está mal, seguimos esperando la mano divina representada por nuestro salvador. Esperamos a que alguien llegue a explicarnos los discursos que no entendemos, porque a muy pocos les interesa la política, a que alguien haga lo que en verdad le corresponde y preste atención al pueblo, sin que nosotros nos hagamos notar. No entendemos el discurso y no hacemos lo posible por entenderlo.
Seguramente los gobernantes saben que pueden hacer lo que les plazca sin recibir ni una queja de la ciudadanía, o que ninguna pasa de palabrerías; saben que pueden llegar al poder haciendo campañas llenas de promesas imposibles de cumplir, pero dichas de una forma en las que puedan enamorar al pueblo, identificándose con el “gran salvador” que el pueblo tanto espera, aquel que traerá a nuestro bello México lo que se merece. ¿No será que ya tenemos lo que merecemos?

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