jueves

El juego de la suerte y las palabras



Posiblemente la vida sea un gran juego de suerte, una apuesta interminable entre una y otra opción que se nos presenta a lo largo de nuestro recorrido. Posiblemente esta idea resulta injusta. El hecho es que las opciones a las que apostamos son, necesariamente, opciones que, con anticipación, las hemos creado, es decir, somos constructores y usuarios de un edificio llamado vida.
Cuando ando por la ciudad sin rumbo fijo, andando de fraccionamiento en fraccionamiento, viendo casas lujosas donde viven nuestros representantes y los más acaudalados empresarios, donde el hambre y el frío no se conocen, hogares en los que la pregunta, sincera y llena de angustia, ¿qué comeremos mañana?, nunca se formuló; y, por otra parte, aquellas casas que se alejan del lujo, que más bien son miserables, donde vive el obrero, el jardinero y el barrendero, donde la igualdad es una quimera, donde se sabe que no hay futuro, el pasado es algo así como una historia de supervivencia y el presente es, simplemente, sufrimiento. ¡Es increíble todo lo que puede decir la fachada de una casa!
Andando en esos paseos siempre me formulo la pregunta ¿Qué hicieron esas personas para merecer eso? La pregunta surge no sólo con respecto a los hogares más humildes, sino también a los más lujosos. La mayoría de las veces la respuesta es: nacer. Y sucede que cuando nacemos somos herederos, no sólo de valores y tradiciones, somos herederos de la condición social que se ha construido, si nuestros padres vivieron en la opulencia, lo más seguro es que nosotros también lo hagamos; si nuestros padres vivieron el la miseria, lo más seguro es que nosotros seamos miserables también. ¡Perverso juego de la suerte!
No es tan simple explicar por qué alguien que nace en la miseria siga, de generación en generación, en la miseria. Tampoco es tan simple dar solución a este problema. El comunismo es una respuesta y, aunque resultó un gran fracaso, nos deja una gran lección: el hombre tiene sed de igualdad, de vivir en un lugar en el que las opciones sean iguales para el hijo del jardinero que para el hijo del empresario.
Sin embargo, es casi una regla que las opciones que se presentan a una persona que vive en la miseria, lo conduzcan a la miseria; al igual que las opciones de una persona que nace y vive en la opulencia continúen conduciéndolo por el camino de la opulencia. ¿Falta de oportunidades? Yo lo llamaría falta de condiciones de igualdad. Es una gran injusticia ver a la infancia miserable marchar por la vida sufriendo hambre, frío, discriminación, violencia y un futuro asegurado en la delincuencia y la cárcel o la muerte, mientras la infancia opulenta disfruta de una vida llena de lujos, abundancia y un futuro asegurado, ya sea como delincuente en la política, ya como explotador en la empresa de su antepasado.
Hace no mucho me enteré, por boca de la novia de un buen amigo, de las condiciones tan precarias en las que viven muchas personas en nuestra entidad, me contó sobre un niño que, visto con sus propios ojos, quitaba un pan a un perro, conseguido de la basura. ¿Qué culpa tiene un niño para sufrir esto? Es simple, la culpa de haber nacido en un lugar donde la pobreza y el hambre reinan, donde los políticos, esos idiotas que dicen representar al pueblo, sólo velan por sus propios intereses, y donde la sociedad prefiere cerrar bien lo ojos y evitar todo tipo de experiencia que le muestre la injusticia en la que vive, la miseria que, día a día, cobra la vida y la muerte de muchos.
Mientras sigamos apretando las pupilas, mientras sigamos confiando en que los políticos serán los que, por dictado de su putrefacto corazón, cambien las condiciones, mientras sigamos pensando que nuestro actuar político se limita a insertar una papeleta en una urna y la lectura la sigamos viendo como una pérdida de tiempo, mientras no expresemos nuestras ideas más allá de lo que nos dictan las redes sociales, esto seguirá igual.
Cuántas bellas palabras adornan los discursos de los candidatos en las campañas electorales, cuántos discursos emotivos, pero infértiles, nos presentan aquellos que tienen el poder, todos ellos presentando al portador de aquellas dulces palabras como un enemigo acérrimo enemigo de la marginación, la pobreza y la desigualdad; palabras que disfrazan a un monstruo como un humano (¿o que lo muestran más humano que ninguno?).
Cuando arrojamos las palabras, estas viajan sin que tengamos la certeza de cómo llegarán al oído de la persona que nos escucha, sin embargo nos podemos dar una idea. Me gusta compararlo con un barco de papel que arrojamos a la corriente del agua, si sabemos que la corriente lleva a una caída que puede hundir el barco y hacerlo pedazos, nos ahorramos la decepción y buscamos otra corriente que lleve a buen término nuestro navegar en la corriente o fortalecemos el barco para que resista la caída. Si un político arroja palabras sin sentido, como suelen hacerlo en nuestro estado y en nuestro país, a un pueblo consciente, hábil para decidir, informado e interesado en lo que sucede en la política (porque sabe que las decisiones que tomen los representantes repercutirán en su vida cotidiana) lo tomarán como un pobre imbécil, digno de compasión. El político tendrá que ser más prudente con las palabras que arroja y las decisiones que tome. Si el pueblo es desinteresado, inconsciente, imprudente e ignorante, aquellas mismas palabras del político imbécil serán los grandes discursos transformadores. Por desgracia este último caso es el de nuestro país.
En estos tiempos de regalos, en los que hacemos patente la suerte que tenemos de nacer en un hogar en el que las necesidades básicas están aseguradas, en el que nos damos el lujo de regalar objetos costosos, preparar banquetes que llenarán, hasta el hartazgo, nuestros estómagos, sugiero que nos regalemos consciencia, de eso depende, en gran parte, un futuro mejor.

2 comentarios:

  1. Le he leído y me parece interesante su postura, aunque de mi parte, yo no juzgo al político, si usted estuviera en algún puesto burocrático, le aseguro que vería primero por su familia y su bienestar antes de velar por lo que en realidad se necesita, y no me vaya a decir que no es cierto... es comprensible, la mayoría lo hace en cualquier labor, empresa o trabajo, velar por los suyos no tiene nada de malo; pasarse de lanza ya es diferente, que generalmente es lo que suele pasar pero, no es más que como bien lo mencionó, la herencia “de la condición social que se ha construido”.
    Ahora, ¿cual sería para usted la forma, la manera o la alternativa de una generación de consciencia?, según lo que se reclama en el texto.
    Ya que me hubiera encantado regalar unas cuantas la navidad pasada a algunos conocidos, y no hubo alguien que me pudiera decir en dónde se consiguen...

    ResponderEliminar
  2. Tiene usted mucha razón, Dr. Alcohol, veo siempre por el bienestar de mi familia, el problema surge cuando olvidamos que existen los otros y hacemos atrocidades por conseguir el "bienestar".
    Lamentablemente la consciencia no se vende ni se regala, para obtenerla, a veces, es bueno dejar de pensar tanto en uno mismo y pensar en que existen otras personas.
    Gracias por sus comentarios.

    ResponderEliminar