domingo

Dos problemas con los ideales

Nos hace crear el miedo una imagen salvadora a la que llamamos Dios. Esta es una frase de “el séptimo sello”, cuando el caballero confiesa sus temores a la muerte, sin saber que es ella. No es descabellado que aún sigamos usando esa imagen salvadora, pero hemos pasado de Dios a las instituciones. Unas de esas instituciones son los partidos políticos, entes con ideología propia que exige la vida de quienes la defienden, ¿o será así?

No es algo extraño ver a los políticos y simpatizantes de los partidos defendiendo los ideales de aquellos a los que pertenecen, llegando, incluso, a ir en contra de los principios que defiende. Esto, como sabemos, produce espectáculos del más bajo nivel: insulto, calumnia, difamación, degradaciones y hasta golpes, asesinatos, vejaciones y un largísimo etcétera. Ante tal situación nos vemos obligados a preguntar ¿por qué?

No pretendo ofrecer una respuesta a esa pregunta, en el sentido de que ésta es toda la causa que motiva a actuar de tal manera. Sin embargo, creo que a aquellos ideales que “defienden” les sucede uno de dos problemas (en el mejor de los casos) que producen aquellos espectáculos desagradables: 1. que se han utilizado para conveniencia de unos cuantos, y 2. que han llegado a convertirse en creencias inamovibles y peligrosas. En cualquier caso la mayoría sale perdiendo.

El primero es curioso, pues es la primera reacción que cualquier persona tendría. Los ideales sirven para servir a quien los porta. Para que el ideal sirva, primero debemos presentar un ideal que revolucione el país, que tome en cuenta a las mayorías desprotegidas y mudas, un mesías del ideal que haga visible lo invisible. Pasado el tiempo de presentar el ideal y la acérrima creencia que se tiene sobre él, las cosas se vuelven más ligeras, el fango de la corrupción comienza a manchar los zapatos, el traje, hasta que llega al alma, y después, todo resulta más cómodo.

Sin embargo los discursos no cambian, las mismas afirmaciones son dichas, los gloriosos discursos sobre el trabajo que se hace por cambiar a la nación, por darle el progreso que se merece y por acabar de una vez y para siempre con la corrupción, siguen adornando la boca mentirosa de quien las escupe. Seguiré gobernando por mantener vivos los ideales de la revolución, dicen. Tal vez sería une buena idea que los complementaran con: una revolución que nunca creí y, por supuesto, que nunca se defendí.

Aquellos que prometen trabajar por el pueblo y defender sus intereses terminan corrompidos, hundidos en la corrupción y el lujo desmedido, disfrutando de placeres que en nuestra vida no podemos imaginar. Mientras nosotros, que les ofrecimos nuestra confianza, seguimos soportando los efectos de sus malas decisiones. El ideal ha muerto, ahora se encuentra cubierto por el viejo polvo de la corrupción institucional, la que ensombrece nuestra historia y cuyos efectos seguimos sintiendo.

Es muy cómodo defender el ideal, a parte de tener una vida llena de lujos (casas, carros, viajes, comidas, ropa, perfumes, vacaciones, etc.), se puede dejar de trabajar en el momento que se decida, sólo hace falta levantarse del curul, caminar hacia la tribuna y desplegar una manta que ofenda a los malos que defienden la idea contraria a la que sostiene el revolucionario (es decir, la idea mala) y listo, un día libre. Este es el caso del diputado Noroña, quien, en aras de la libertad de expresión y defensa de la justicia, se ganó un rato de descanso. ¡Qué maravilla si pudiera salir de mi trabajo con tanta facilidad, cuántas horas de sueño perdido!

A pesar de haber cancelado la sesión y de que los señores se retiraron, los ciudadanos seguiremos pagando el extravagante sueldo y todos sus lujos. ¡Qué maravilla defender un ideal acusando a los malos!

El segundo caso resulta menos risible pero igual de grave. ¿Quién no ha hablado con los que aseguran ser: o tricolor, o blanquiazules, o amarillos, o naranjas, aquellas personas que no toleran un comentario de crítica hacia el partido que tanto defienden, ni a los sujetos que lo conforman? Este caso es grave, es el típico síntoma del dogmático. Se ha hecho de una creencia una única vía para alcanzar determinado fin. El caso parece ser de la siguiente manera: se encuentra una institución que promete el bienestar social por medio de los programas sociales, las despensas, los vales, etc.; se promete una sociedad más equitativa, con más progreso y apoyo. Las personas, al ver en las despensas, en los puentes y en el embellecimiento de la ciudad, la evidencia empírica, creen que la institución es confiable porque ha cumplido una vez. El caso se repite hasta que se adopta la creencia de que tal partido es bueno, pues los gobernantes que de él emanan ayudan a la sociedad. La confianza en esa creencia se vuelve tan radical que se comienza a sospechar que si los otros partidos llegan al gobierno, las despensas, los puentes y el embellecimiento de la ciudad terminarán. Así, sin la mayor crítica, deciden adoptar la creencia y defenderla con uñas y dientes. También sospechan de las ideas contrarias que ponen en riesgo las despensas, los puentes y el embellecimiento de la sociedad, las opiniones que ataquen, difamen o pongan en duda la credibilidad del representante del partido en el gobierno, serán vistas con resentimiento y desprecio, pues, de ser escuchadas, las despensas, los puentes y el embellecimiento de la ciudad, terminarán.

Lamentablemente hemos decidido con ese criterio y hemos visto que (aunque se sigan dando despensas, se sigan haciendo puentes y se siga embelleciendo la ciudad) la calidad de vida sigue por los suelos: malos servicios, poco alimento, marcada desigualdad social, impunidad y violencia, por mencionar algunos. Ante tales efectos de la irresponsable forma de decidir, preferimos seguir intentando, confiando en que el destino traerá al salvador, al mesías del ideal que revolucionará todo, que no usará el ideal para su propio beneficio y hará feliz a la mayoría. Un individuo, formado en las filas del partido que defiende cierto ideal, creado por el miedo a la incertidumbre que dejaría la duda hacia la institución. Nos esperanzamos en lo que puede llegar y nos olvidamos de lo que estamos construyendo.

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