miércoles

¿Y dónde está la acción?


Una cosa es decir que aceptamos las críticas y que las celebramos, pero otra muy diferente es aceptarlas sin decir que las aceptamos. Una diferencia básica es la vanagloria que frases como “somos un gobierno abierto a la crítica, que antes de atacarla la defendemos” conlleva. Cuando un presidente dice que acepta las criticas que la sociedad le hace, cuando promueve los congresos para la resolución de problemas que aquejan a toda la sociedad, cuando integra a las minorías a la participación en los grandes debates sobre el rumbo que debe tomar la nación, ese presidente ¿puede ser calificado como un verdadero demócrata? Será considerado como demócrata sólo cuando acepte y tome en cuenta en la acción todas esas críticas que se le han hecho, si no lo hace, correrá el peligro de ser sólo un maldito hipócrita de doble moral. Esa diferencia resulta de vital importancia, pues algunos creen que de las palabras a los hechos hay una conexión mágica: algún día llegará un hecho que logre cambiar las condiciones para lograr un futuro mejor; otros creen que se debe buscar el mejor camino para lograr un cambio significativo, no sólo en política, sino también en la vida cotidiana, en nuestros errores como humanos: debemos buscar las condiciones, no esperarlas.
Esta semana fue inaugurada la sexagésima sexta asamblea general de la Sociedad Interamericana de Prensa, en la que, para no perder la costumbre, se dieron discursos bellísimos sobre la libertad de expresión. El presidente de la República, Felipe Calderón, dijo un discurso en el que, entre otras cosas (incluyendo una justificación de su lucha contra en narcotráfico, los desgraciados esos que socavan la libertad de expresión), dijo que su gobierno acepta las críticas, pues es una condición indispensable para vivir en pluralidad y democracia. Me llamó mucho la atención esto, pues recuerdo los, promovidos por el gobierno federal, “Diálogos por la Seguridad Nacional”. En ellos el gobierno federal escuchó las opiniones de diferentes círculos de la sociedad, dando la promesa de que sus quejas y sugerencias serían tomadas en cuenta. Recuerdo que uno de los reclamos que se le hizo al presidente fue que el narcotráfico no se puede combatir sólo con el fuego, que hace falta cambiar las condiciones de vida de millones de mexicanos que no se pueden acostumbrar al hambre. Han pasado meses y la sangrienta lucha que vive nuestro país sigue focalizada en una lucha meramente militar. Las condiciones sociales que tanto requiere la población: empleo, educación, salud, garantía de la vida, etc., siguen existiendo como fantasmas. Posiblemente hay un alza en la cantidad de empleos, pero ¿quién logra sobrevivir con salarios miserables? Posiblemente hay más estudiantes en las aulas de nuestro país, pero ¿quién les muestra una actitud crítica? Posiblemente hay más personas aseguradas, pero ¿cuánto tiempo tienen que esperar para recibir una atención, no digna, eso sería demasiado, mínima? En cuanto a la garantía de vida, vemos que todo sigue igual o peor: ciudades en las que sus pobladores no pueden salir a la calle por miedo a ser asesinados, o no pueden hacer reuniones pues llegan comandos armados a matar a todos, niños heridos o muertos contados como cifras, etc. ¡Bellas palabras que no se ven reflejadas en la acción!
He visto niños de entre ocho y diez años inhalando solventes. Antes que querer llegar al corazón del lector, quiero llegar a su razonamiento: ¿qué terribles condiciones de vida han llevado a esos niños a tomar el camino de la droga? Tenemos la fortuna de dormir bajo techo, en una cama con cobijas y con un café caliente para apaciguar el frío, pero ¿cuántas personas no pueden tener eso? Y no es una elección, no deciden vivir en la pobreza. Cuando el camino se bifurca entre una realidad llena de hambre, frío, humillación y carencias en general, y la nada, muchos (no excepciones, reglas) prefieren la nada.
Muchos de los “criminales” tampoco deciden llegar al grado de matar a alguien más, si bien deben ser castigados por lo que cometieron. Pero ¿quién castiga a los creadores de las condiciones de pobreza que los llevan a actuar de esa forma atroz? Ninguna persona actúa queriendo hacer el mal, se actúa buscando un bien, puede ser: alimento y vivienda digna a sus familiares, educación para sus hijos, medicina en caso de enfermedad (todo eso cuesta, y no es un precio bajo), a cambio de o una muerte segura o unas temporada en la cárcel, con todos los agravios sociales que eso conlleva. Que actúen de esa manera por mantener con vida a su familia no es justificable, sin embargo puede explicar muchos acontecimientos y ayudarnos a entender el problema para buscar condiciones que le den resolución. Una de las cosas que puede explicar es por qué hay tantas personas que le tienen lealtad a organizaciones criminales. También por qué son tan poderosas esas organizaciones criminales.
Lo anterior resulta obvio, al menos para muchos de nosotros, sin embargo, para aquellas personas que toman las decisiones relevantes de país resulta algo complicado de entender, incluso mostrándoselo, sea por intereses personales, sea por su cuadrada forma de pensar, sea porque esperan la ayuda del espíritu santo, o por lo que sea. El hecho es que mientras estas personas tratan de entender, sin perder la ocasión para presumir su actitud democrática y su apertura al diálogo, los ciudadanos seguimos pagando los platos rotos. Mientras siguen gastando dinero y saliva en diálogos que, al final, resultan meros teatros innecesarios, nuestra democracia se desquebraja y vemos que el bello futuro que prometen se asemeja más a nuestro terrible presente, o peor. Mientras en los discursos se describe una bella sociedad caracterizada por integrar formas de vida y pensamiento, la cotidianeidad de las noticias nos dice que sectores amplios de la sociedad son excluidos y sus ideas rechazadas (el ejemplo de las ONG´s que participaron en los Diálogos por la Seguridad Nacional y que ahora reclaman el tiempo perdido). Mientras los gobernantes siguen defendiendo una doble moral, entre el discurso y la realidad, nosotros seguimos soportando la estupidez resultante, y algunos nos preguntamos ¿dónde está la acción?

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